martes, 5 de febrero de 2013

LA IMPORTANCIA ESTRATÉGICA DE SIRIA (1ª parte)

DEL FÉRTIL CRECIENTE A LAS CRUZADAS

Siria ha sido, desde el origen de los tiempos, el centro de algunas de las civilizaciones más importantes de la historia de la humanidad. Según el geógrafo griego Estrabón (63 BC–23 AD), las fronteras de Siria son el Mediterráneo en el oeste, el Eufrates en el este, las tierras del Nilo en el sur y el Amanus, un afluente del Taurus, en el norte; hoy día, dicho territorio está repartido entre Siria, Líbano  Israel, Jordania y parte de Irak. Siria es además el corazón de Oriente Medio y del Levante y su costa ha sido siempre un punto obligado de tránsito de las principales redes comerciales entre Asia, África y Europa. Siria formó parte del llamado Fértil Creciente, un arco de tierra fértil que además de ser parte del corredor
terrestre que utilizó la humanidad para extenderse por el mundo, fue la cuna de la Revolución Neolítica hace unos 12.000 años, dando lugar a la aparición de la agricultura, la ganadería y los primeros estados. Damasco, con 11.000 años de antigüedad, es la ciudad más vieja del mundo y fue la capital del Imperio Omeya en la época dorada del imperio árabe. Antioquía, la segunda ciudad siria por tamaño, era la capital de la provincia Siria del Imperio Romano y la tercera ciudad más grande del Imperio tras Roma y Bizancio.


Su importancia en la historia de la civilización es de primer orden: en Siria apareció el primer alfabeto, conocido como alfabeto fenicio. Además, debido a su situación geográfica, ha sido una zona de intercambio y de tránsito entre continentes y culturas; gracias al comercio, Siria fue durante milenios un centro de contacto entre culturas de diversos continentes, lo que dio lugar a la aparición de las principales religiones monoteístas: fue en la costa siria donde el judaísmo se convirtió en religión de estado, y la fusión de las sectas judías con la cultura helénica que tuvo lugar en Antioquía dio lugar al movimiento religioso que allí fue denominado por primera vez "cristianismo". San Pablo se convirtió al cristianismo camino de Damasco, y fundó en Antioquía la primera iglesia cristiana, convirtiéndola además en su base de operaciones para sus campañas de proselitismo. Posteriormente, fue en Damasco donde Mahoma, un comerciante responsable de caravanas entre Siria y Arabia, entraría en contacto con las religiones cristiana y judía, convirtiéndose en profeta de una nueva religión, el islam. Incontables sectas (judías, cristianas y musulmanas) tienen su origen en Siria, y allí surgieron iconoclastas, eremitas y el mismísimo movimiento monástico cristiano, que sería una de las bases del mundo medieval (y feudal) europeo.

Siria es además especialmente importante debido a su estratégica situación geográfica: situada en el centro de Oriente Medio, Siria es el puente natural entre Asia Menor y Egipto, y entre el Mediterráneo y el Golfo Pérsico, y su costa ha sido siempre un punto obligado de tránsito de las principales redes comerciales entre Asia, África y Europa. Debido a ello, Siria es fundamental para quien quiera controlar Oriente Medio y sus rutas comerciales, y por ello, desde la aparición de los primeros estados, Siria ha sido ocupada sucesivamente por todos los poderes hegemónicos de la zona: cananitas, fenicios, hebreos, asirios, egipcios, babilonios, hititas, persas, macedonios... Siria ha sido el centro de dos de los mayores imperios de la historia. Conquistada por los persas (630 BC), el idioma sirio (el arameo) se convirtió en el idioma administrativo de toda la región; tras ser conquistada por Alejandro Magno (333-332 BC), Siria se convirtió bajo Seleukos, un general macedonico, en la capital del imperio de que se extendía desde el norte de Siria y Mesopotamia hasta la fronteras de la India. Más tarde (55 BC) sería conquistada y anexionada por el Imperio Romano, convirtiéndose posteriormente bajo Muawija, un seguidor de Mahoma y Califa de Damasco, en la capital del imperio islámico, que se extendió a partir de Siria hasta la península ibérica y Asia Central. 

El cristianismo ha pagado tributo a las luchas continuas por el control de Siria, situando allí Armageddon, donde según la Biblia tendrá lugar la batalla final entre el bien y el mal, símbolo cristiano por excelencia de un campo de batalla. Juan el evangelista no eligió Siria como localización del climax de su apocalipsis por casualidad, al contrario: allí donde supuestamente tendrá lugar la batalla del fin del mundo han tenido lugar batallas que han sido el cementerio de grandes imperios. Batallas tan importantes como la victoria del Faraón Tutmosis III en la batalla de Megido (1457 BC) sobre una coalición de caudillos locales que convirtió a Egipto en la potencia dominante en Siria, la derrota del rey judío Josia a manos del Faraón Necho (609 BC) que marcó el principio del fin del estado judio independiente, la derrota de Bizancio como punto de partida de la expansión islámica (650 AD), la primera derrota de los Mongoles en el campo de batalla a manos de los Mamelucos (1303) o la derrota del Imperio Otomano a manos de los ingleses (1918) tuvieron lugar a lo largo de la costa Siria.

La ruta de la seda

La Siria romana era una de las provincias más ricas y pobladas del Imperio, así como centro administrativo de una región, y era el punto de partida de todas las expediciones romanas contra el Imperio Sanasida, el principal competidor de Roma por el control de Oriente Medio; su capital (provincial y regional) era Antioquía, llamada la "Atenas del este" debido a que la mayoría de la población era griega, era bajo los romanos una de las ciudades más grandes del mundo antiguo, con una población estimada den 500.000 habitantes, siendo además un importante centro comercial e industrial. Buena muestra de la riqueza económica de Siria bajo los romanos es su amplia población, que solo ha sido superada en número a mediados del siglo XX.

Mientras una crisis económica enorme (provocada fundamentalmente por la ausencia de nuevos territorios que anexionar y expoliar) hundía al Imperio Romano Occidental (siglos IV-V), el Imperio Romano Oriental iniciaba su ascenso. Constantino, el emperador romano que abrió el camino para institucionalizar el cristianismo como religión de estado, fue también el fundador de Constantinopla (que le debe su nombre), la capital del Imperio romano oriental, llamado Imperio Bizantino por la historiografía occidental. Tras fracasar en su intento de reconstruir el Imperio Romano reconquistando Europa Occidental, el Imperio Bizantino pasó a concentrarse en Oriente Medio, convirtiéndose durante siglos en el reino más rico de Europa; el secreto de su potencia económica era el dominio de Constantinopla y Antioquía, situadas en la desembocadura de la Ruta de la Seda, en el Mediterráneo, una ruta comercial que atravesaba el continente euroasiático y cuya importancia económica no paraba de aumentar debido a que era la ruta de las exportaciones de China, que iniciaba su recuperación económica tras varios siglos de caos.

La lucha por el control de Oriente Medio y el monopolio del control de la Ruta de la Seda entre los imperios romano y sanasida, en la que se empleó el armamento más avanzado de la época, acabó destruyendo toda la zona, debilitando a ambos imperios y abriendo paso al avance del Islam. El final del dominio bizantino en Siria se debió a varias catástrofes que se abatieron sobre el Imperio Bizantino: tras dos gigantescos terremotos (526 AD y 528 AD) que destruyeron Antioquía, la Peste de Justiniano (542 AD) se abatió sobre el Imperio y tan solo en Constantinopla mató a más de la mitad de la población (unas 300.000 personas). Aprovechándose de la debilidad de los bizantinos, los ejércitos islámicos conquistaron Siria (650 AD), y Damasco se convirtió bajo el Califa Muawija en la capital del Imperio islámico y su principal centro industrial, dando su nombre al temido acero damasceno. Eliminados los imperios bizantino y sanasida, el Islam logró pacificar la región, dando lugar a una época de prosperidad sin paragón, inmortalizada el Las mil y una noches.

Bagdad, la ciudad redonda, que en su momento de máximo 
esplendor llegó a tener más de un millón de habitantes .


Roma en la Edad Media: tan solo cerca de mil personas 
vivían en la antigua capital del Imperio Romano, que llegó
 a tener más de un millón de habitantes.


La época del esplendor del imperio árabe fue la época dorada de Siria: la Ruta de la Seda desembocaba en su costa, transportando un enorme flujo de riquezas y de ideas desde Asia hasta Europa. Al control del comercio de Eurasia se unía estar en el corazón de un inmenso imperio en expansión, mientras Europa estaba sumida en la oscuridad de la Edad Media posterior al hundimiento del Imperio Romano Occidental; la relación de los árabes con con los reinos medievales europeos era similar a la de Europa de hoy hacia el Tercer Mundo. En 775 AD, mientras Roma era un campo de ruinas con apenas un millar de habitantes (una milésima parte de su población en su época de apogeo), Bagdad, la capital del Califato árabe, superaba el millón de habitantes. Sic transit gloria mundi...

Es una ironía de la historia, hoy convenientemente olvidada, que durante los siglos de esplendor de la civilización árabe su relación con los reinos europeos fuese similar a la de Europa hoy hacia el Tercer Mundo: el industrializado y desarrollado Oriente Medio ofrecía a los subdesarrollados europeos sus productos, a cambio de materias primas. Tras ordenar la construcción de enormes centros de producción industriales en Bagdad, el califa Mansur puso en marcha una serie de medidas destinadas a aumentar la exportación de productos árabes con destino a Europa, bajo el calificativo general de "ayuda al desarrollo". Como se ve,  no hay nada nuevo bajo el sol: no solo el nombre es igual al que hoy día emplea Europa con los mismos objetivos: los medios también. Los principales productos de exportación eran armas y bienes de lujo. Una espada de acero damasceno, por ejemplo, costaba nada menos que media tonelada de hierro, pero esto no impidió que los productos árabes, lo más avanzado de la época, se convirtiesen en productos de lujo para consumo de los señores feudales, que a cambio de ropas de seda que cualquier funcionario llevaba en Bagdad estaban dispuestos a gastar los ingresos que pagaban sus súbditos durante todo un año.

Las cruzadas y nacimiento del imperialismo europeo

Las enormes riquezas que se acumulaban en Oriente Medio fueron durante mucho tiempo objeto de deseo para los subdesarrollados europeos, hasta que lograron dotarse de fuerza suficiente como para poner en marcha las Cruzadas, una serie de expediciones militares camufladas de cruzada religiosa que se prolongarían, mediante sucesivas oleadas, durante nada menos que 3 siglos. Además de ser el motor de la expansión europea, el fanatismo religioso fué también responsable de que Europa consiguiera adelantar tecnológicamente a otras regiones del mundo; las matemáticas fueron claves en dicho proceso: fundamentales para conseguir la máxima precisión, en Europa se desarrollaron en la búsqueda de Dios. Newton descubrió de manera fortuita la gravedad, pero su verdadera obsesión durante toda su vida fue el lograr descubrir la fecha exacta del Apocalipsis aplicando las matemáticas para interpretar la Biblia.

La toma de Antioquía durante la primera agresión cruzada sería fundamental para hacer posible la ocupación de la costa de Siria y Palestina durante más de dos siglos; gracias a ello, pasaron a dominar la desembocadura de la ruta de la seda, lo que permitiría el ascenso de las ciudades-estado italianas (Génova, Venecia, Pisa, etc.) que se hicieron con el control del comercio en el Mediterráneo y el mar Negro.


Para asegurarse el control de la zona se crearon órdenes militares (la Orden de Malta, los Templarios, los Caballeros Teutones) que rápidamente se volverían inmensamente ricas. La Orden de los Templarios destacó especialmente, ya que le corresponde el dudoso honor de haber sentado las bases de la banca moderna, al inventar algo parecido a los cheques modernos. Los templarios fueron también responsables del establecimiento de una alianza con los Ismaelitas o Asesinos, una secta clandestina del Islam que utilizaba el terror para expandir su influencia (algo muy similar a la actual alianza entre la OTAN y fanáticos islamistas). Estas luchas de poder internas acabaron dirigiéndose contra los bizantinos, teóricamente sus aliados, pero cuyas enormes riquezas eran objeto de codicia de los tercermundistas europeos.

En 1202-1204, Venecia puso en marcha la IV Cruzada, que en lugar de dirigirse contra los musulmanes tenía como objetivo eliminar al Imperio Bizantino para poder hacerse con el control de la Ruta de la Seda al desembocar en el Mediterráneo. Tras tomar Constantinopla, los conquistadores venecianos se dividieron el antiguo Imperio Bizantino en multitud de diminutos reinos, lo que posibilitó su destrucción y la restauración de un nuevo Imperio Bizantino, mucho más débil y, sobre todo, más pobre que el anterior. Una segunda oleada de destrucción llegaría en plena expansión del Reino de Aragón por el Mediterráneo  en fiera competencia con Francia. Los Almogávares de la Compañía Catalana, llegados para luchar contra los turcos (1303), arrasaron todo el este de Grecia, especialmente los monasterios del
Monte Athos, en lo que ha pasado a la historia como la "Venganza Catalana", sinónimo para los griegos del mayor horror hasta la invasión nazi. Invencibles en el campo de batalla, la Compañía Catalana conquistaría amplios territorios de Grecia, fundando los condados de Neopatria y Atenas, que en 1380 pasaron a formar parte de la Corona de Aragón, siendo derrotados finalmente a manos de otra compañía, la llamada Compañía Navarra, que acababa de conquistar Albania.

La destrucción del Imperio Bizantino marcó el inicio del Imperialismo europeo moderno, cuya principal característica sería, a partir de entonces, la creación de monopolios comerciales mediante la ocupación de territorios diseminados por el mundo para eliminar intermediarios, dando lugar al mercantilismo, el sistema económico que ha dominado en Europa hasta el inicio de la Revolución industrial, que dio paso a un nuevo sistema político (el parlamentarismo) y económico (el liberalismo). Constantinopla, el único reino Cristiano en Oriente Medio, era el principal rival comercial de Venecia y Génova, y por ello fue destruido por los ejércitos cruzados: su destrucción debilitó los estados cruzados en Oriente Medio, pero afianzó el dominio de Europa sobre una parte de la Ruta de la Seda. Desde la perspectiva de la lucha por el poder, las Cruzadas marcaron el inicio de la expansión europea.

Las "Cruzadas del Norte", llevadas a cabo en el Báltico por los Caballeros Teutones tras la pérdida de Siria, tenían similares objetivos a las Cruzadas en Oriente Medio: además de imponer el cristianismo, buscaban asegurar el control europeo de las rutas comerciales en el Mar Báltico, y jugaron un papel clave en el ascenso de la Liga Hanseática alemana, que logró arrebatar el control del comercio en el Báltico a Suecia. Tras aplastar ("convertir") las tribus
paganas del Báltico, la Orden Teutónica intentó repetir la jugada de Constantinopla y conquistar la Republica rusa de Novgorod, una de las ciudades más ricas del norte de Europa y la principal ciudad comercial rusa (el ascenso de Moscú aún no había acabado), que dominaba las ramas secundarias de la Ruta de la Seda. Además de la Orden Teutónica, Suecia y Dinamarca también declararon oficialmente varias Cruzadas durante los Siglos XII y XIII, pero todas ellas fracasarían.

Finalmente, tras vencer las fuerzas rusas comandadas por Alexander Nevsky a una ofensiva de la Orden Teutónica llevada a cabo al mismo tiempo que una invasión mongol (1242), el movimiento cruzado en el Báltico perdió fuerza; la última cruzada sueca tuvo lugar en 1293, fracasando como las anteriores, y en 1323 se firmó la paz entre Novgorod y Suecia. Las primeras menciones documentadas de la Liga Hanseática (o Hansa) datan de 1267, y Novgorod no tardó en formar parte de ésta, lo que permitía el comercio directo entre los puertos alemanes y Novgorod, acabando con el control escandinavo de las rutas de comercio del Báltico. Para Novgorod era evidente que la Orden Teutónica y la Hansa estaban íntimamente unidas, como ocurría en realidad: los mercaderes prusianos eran los únicos que poseían una afiliación de facto en la Hansa, pese a no ser ciudadanos de una ciudad autónoma o libre, como el resto; en 1367, por ejemplo, la Orden Teutónica atacó Pleskau a partir de Livonia, a lo que Novgorod reaccionó con represalias contra los mercaderes de la Hansa en Novgorod, lo que a su vez dio lugar a represalias comerciales de la Hansa. Con el paso del tiempo, la Orden Teutónica creció hasta convertirse en la base del estado de Prusia, a partir del cual Bismark lograría fundar el estado alemán moderno, sumergiendo para ello a media Europa en diversas guerras; el militarismo germano-prusiano (cuyo símbolo por excelencia, la Cruz de Hierro, es el símbolo de la Orden Teutónica) logró desatar dos guerras mundiales, hasta que se logró aplastar de manera definitiva.

Los mongoles y el fin de la civilización islámica

Cuando el movimiento cruzado dio muestras de estar llegando a su ocaso, el Vaticano estableció en secreto relaciones diplomáticas con el Imperio Mongol, proponiéndole invadir Oriente Medio con ayuda de los cruzados. Los mongoles entonces arrasaron Bagdad (1260), una ciudad enorme para la época, levantando enormes pirámides con las cabezas de los habitantes de la ciudad; solo se salvaron los cristianos, que ayudaron a los mongoles actuando como quinta columna debido a que la madre del emperador mongol era cristiana. De hecho, el cristianismo jugó un papel importante en la campaña militar mongola: además de tener tropas auxiliares georgianas y armenias, ambas regiones cristianizadas desde hacía mil años, el principado cruzado de Antioquia era su aliado. Entre los mongoles, el general Kitbuka, principal lugarteniente en Siria, era un cristiano nestoriano, y poco después, tras la conquista de Damasco, los que entraron en Damasco como vencedores eran tres príncipes cristianos, Bohemundo, Hetum y Kitbuka.

Con Bagdad se perdieron copias únicas de textos de la antigüedad europea que los árabes se habían preocupado de conservar, así como infinidad de tratados científicos. Las salvajadas de los mongoles dieron un golpe mortal tanto a la cultura islámica, del cual nunca se recuperaría, como a Siria: los mongoles arrasaron a conciencia, destruyendo tanto las ciudades como los canales de irrigación que había costado siglos construir. Tras destruir Bagdad, los mongoles iniciaron la conquista de Siria, que marcaría el principio del fin del poder mongol. Tras la toma de Damasco (1300), los ejércitos mongoles, entre cuyas tropas había ejércitos cristianos (armenios y georgianos), sufrieron una aplastante derrota, la primera derrota militar de su historia, a manos de los mamelucos egipcios en las proximidades de Armageddon / Megido (1260). El precio de la victoria fue caro: en total, todos los soldados mongoles y la mitad de los Mamelucos murieron: en total, el 75% de los participantes en la batalla. Enfurecido, Kublai Kahn ordenó un nuevo ataque, y de nuevo un ejército mongol fue arrasado en Siria, en las afueras de Homs (1262). La orden de efectuar un ataque fue desobedecida por Berbe Kahn, subcomandante de los ejércitos mongoles en la zona del Cáucaso / Persia, y Hulagu Kahn, el futuro Gran Kahn, fue enviado al Cáucaso para someter al rebelde. De esta forma, los mongoles desaparecieron de la historia siria y se conformaron con crear el Ilkanato sobre las ruinas del antiguo Califato árabe.

La conquista mongola de Oriente Medio marcó el fin de la civilización islámica, 
destruyendo ciudades enteras y levantando torres con las cabezas de sus habitantes.
(Vasily Vasilyevich Vereshchagin, The Apotheosis of War, 1871)

La Acrópolis, con la Torre franca que fue derruida en 1875 (View of the Acropolis 
of Athens, 1841-1849 - Jean Auguste Dominique Ingres).

El Ilkanato mongol no tardó en desintegrarse y sus restos fueron conquistados por Tamerlán (1383), cuya brutalidad era comparable a la de los mongoles, y que ha pasado a la historia como destructor de ciudades en Oriente Medio. Istafan, por ejemplo, se rebeló contra los enormes impuestos y fue castigada por Timur con el exterminio de su población, entre 100.000 y 200.000 personas, así como la construcción de torres con sus cabezas (un testigo contó hasta 28 torres construidas con cerca de 1500 cabezas cada una). Una peor suerte sufriría Bagdad (1401), donde todos los habitantes fueron asesinados, con la excepción de las personalidades religiosas. Para asegurarse de que la destrucción era completa, Tamerlán exigió que cada uno de sus soldados entregase dos cabezas humanas. Por si fuera poco, además de matar y destruir, Tamerlán obligaba a los mejores técnicos e intelectuales de los países conquistados a trasladarse a Samarcanda, la capital del imperio, siguiendo el ejemplo de los mongoles antes que él, con lo cual a la destrucción causada por la guerra se añadía una masiva (y forzada) “fuga de cerebros”.

Pocas décadas después de las invasiones mongolas, en 1347, la peste negra llegó a Oriente Medio a través de la Ruta de la Seda, provocando la muerte de aproximadamente un tercio de la población (según Ibn Battuta, en 1345 “diariamente morían 2.000 personas en Damasco”). Según se ha descubierto últimamente la Ruta de la Seda permitió la rápida expansión por toda Eurasia de la plaga; la epidemia se inició en el Golfo de Bengala en 1320, alcanzó China central en 1332 gracias a uno de los ramales secundarios de la Ruta de la Seda, y a partir de ahí llegó a Asia central en 1338 utilizando los ramales principales, alcanzando Europa en 1346. De manera paralela, la plaga se extendió utilizando las rutas maritimas secundarias de la Ruta de la Seda, alcanzando la India en 1340 y la península Arábiga en 1349. Tras la destrucción que dejaron tras de si las hordas mongolas en los principales imperios de Eurasia (tan solo en China murió la mitad de la población, según los datos del censo), los supervivientes fueron presa fácil de la peste, que mató a entre la mitad y dos tercios de la población en China, Oriente Medio y Europa. Las consecuencias de este desastre demográfico serían enormes en Europa: de golpe, los precios se hundieron debido a la falta de clientes, mientras que los salarios se duplicaron, debido a la carencia de mano de obra; más importante aún fue la perdida de credibilidad de la Iglesia, incapaz de explicar en términos teológicos la catástrofe; de esta forma, el intento de controlar la Ruta de la Seda dio lugar al fin de la Edad Media y del feudalismo, abriendo paso al Renacimiento.

En condiciones normales, y sin guerras, Oriente Medio quizás habría podido recuperarse lentamente del horror y las destrucciones causadas por las invasiones cruzadas (siglos XI–XIV) y mongola (siglos XIII-XV) gracias al comercio de la Ruta de la Seda. Pero el descubrimiento por los portugueses de la ruta marítima a Asia rodeando África, así como la conquista de América por los españoles (siglo XV), acabó con el monopolio sirio sobre las rutas comerciales entre Europa y Asia, dando lugar a la aparición de nuevas rutas comerciales y mercados monopolizados por Europa, eliminando la dependencia de Asia. La imparable expansión del Imperio Otomano y su decisión de imponer un embargo comercial a Europa tras la conquista del Reino de Granada provocó que Siria y el Oriente Medio se hundieran lentamente en la decadencia, perdida su importancia estratégica. Finalmente, Siria fue anexionada por el Imperio Otomano (1517), donde permanecería como un territorio más durante cuatro siglos, hasta el final de la Primera Guerra Mundial.

Las compañías de Indias: guerra en lugar de comercio

El final de la ruta de la seda fue el punto de partida del imperialismo europeo/occidental, que pasó a preferir la creación de mercados monopolizados por las llamadas Compañías de Indias de diferentes países europeos (Portugal, España, Holanda, Francia, Inglaterra...) al comercio, dando lugar al mercantilismo. Con la aparición del Imperio Otomano, los esfuerzos europeos para encontrar una ruta alternativa a los mercados y materias primas asiáticas se multiplicaron; los primeros en encontrar una vía alternativa fueron los portugueses, que rodeando África lograron llevar la Inquisición nada menos que hasta la India, obteniendo a cambio el cuasi monopolio del tráfico de especias entre Asia y Europa. Para evitar depender de Portugal, la corona de Castilla aceptó financiar el proyecto de Colón, el cual habiendo vivido en Portugal había tenido acceso a informaciones sobre los secretos de las rutas de navegación portuguesas (el secreto que rodeaba dichas rutas era tal, que no ha sobrevivido ningún mapa de navegación portugués de la época). Colón había calculado (erróneamente) la distancia a la India, partiendo del conocimiento generalizado en la época de que la Tierra es una esfera, y su intención de crear una nueva Ruta de las Indias tuvo el efecto contrario: la Conquista de América creó una nueva ruta comercial que relegó a un papel secundario el comercio con la India. A partir de ese momento, la historia de Europa pasó a girar en torno al Atlántico y no al Mediterráneo.

Esta situación solo cambió con la conquista británica de la India (siglos XVIII y XIX) dejó a China como el último gran imperio independiente frente a Europa, que además tenía un superavit comercial inmenso en su comercio con Europa, especialmente con Inglaterra. Para intentar acabar con dicha situación Inglaterra utilizó la producción de Opio en la India, que generaba beneficios fabulosos, motivo por el cual Inglaterra declaró la guerra a China, en las infames Guerras del Opio (1839-1842) que consumaron la conquista del mundo por las potencias occidentales; las consecuencias de la derrota militar china ante los ingleses fueron catastroficas: antes de la derrota a manos inglesas, China era la mayor potencia exportadora del mundo, pero tras ser sometida por occidente no tardó en convertirse en un país atrasadísimo. la India había sufrido un destino similar: Bengala era la región más rica e industrializada de toda Asia, tuvo la desgracia de ser la primera región de Asia en caer en manos de los ingleses; en pocos años, la antaño orgullosa industria textil bengalí había sido eliminada mediante decretos ingleses que convirtieron a Bengala en el principal mercado de los productos textiles ingleses, de mucha pero calidad que los bengalíes y, hoy día, Bengala –
Bangladesh- es el país más pobre del mundo.


La inmensa desproporción en tamaño y habitantes entre Portugal, España o Inglaterra y sus respectivos imperios coloniales solo pudo ser posible gracias a su armamento, muchísimo más avanzado que el de los imperios que aplastaron. Tan solo el descubrimiento del arma atómica y el ascenso actual de los llamados B.R.I.C.S. está logrando devolver a Europa, un subcontinente carente de materias primas, a su posición natural en el mundo. La crisis económica ha ayudado a este cambio de roles, algo visto especialmente en el caso de Portugal: hoy día, mientras la antigua metrópoli colonial se hunde, sus antiguas colonias crecen sin parar, como Angola, donde los desempleados portugueses buscan trabajo aprovechando el idioma común; incluso se ha hablado, medio en serio, medio en broma, de una anexión de Portugal a cambio de pagar su deuda externa, propuesta formulada nada menos que por el Financial Times de Londres, que insinuaba además la conveniencia de una anexión del Reino Unido por la India. Una situación similar se desarrolló en China sobre Islandia tras la quiebra de sus bancos, y pese a ser meras bromas tiempo después uno de los empresarios más ricos de China quiso comprar un bloque de 300 kilómetros cuadrados de tierra, oferta finalmente rechazada por el gobierno islandés.